A migração espacial produz muitas migrações internas. No altar do meu ser, continuei escrevendo minha bíblia pessoal, meu livro sagrado sobre migrantes e refugiados. A literatura serve como grito, como denúncia, por isso escrevo. Desabafa minha existência quebrada, ferida, ressuscitada e sempre em luta. Tive que me tornar um migrante para perceber que não era “branco”. Ser “branco” em meu contexto de homem do noroeste argentino – como em outras partes do mundo – é o imaginário social ideal da pior colonização que pode existir: a cognitiva.

Este poema surge do meu encontro com o outro “não branco” do coletivo multicolorido ao qual pertenço no Brasil. O texto está escrito em espanhol porque os sentimentos mais profundos procuram primeiro a língua materna. Se sente de forma mais irracional na primeira língua. Esta é minha desculpa para que não desista da leitura; além disso, diversidade de línguas é colorido.

Desenho e intervenções fotográficas de autorretratos do escritor angolano Moisés António, meu interlocutor no poema, por conta de tantos outros interlocutores.

Escute o poema ‘Los café con leche’. Transcrição abaixo.

A nosotros no nos ven. 
Somos invisibles para ellos. 
No somos dignos de ser visualizados. 
A vos, negro, 
te consideran lo malo, 
lo que se rechaza, 
pero a nosotros ni si quiera nos ven. 
No tenemos ni el privilegio de ser rechazados. 
Nos ignoran.
Somos una falla. 
No tenemos la blancura inmaculada de ellos,
ni somos oscuros como tu piel africana. 
Somos invisibles porque somos una falla,
algo incompleto. 
Nosotros somos los café con leche, 
los más populosos de la América Latina. 
Mezcla de indio, negro, europeo y criollo. 
Y a pesar de ser millones, 
no somos dignos de su mirada.
Para ellos, somos un desperfecto, 
algo que quedó a medio camino. 
Somos café con leche, 
mitad de algo con mitad de otra. 
No somos – para ellos – la riqueza que se mezcla, 
la mixtura de razas. 
Para ellos somos una tara, 
algo que no se quiere percibir. 
Por eso, la necesidad del muro, 
para no ver lo indeseado.  
Desde el río Grande –de acuerdo a su denominación – 
y río Bravo – de acuerdo a la nuestra- 
pero la misma agua, 
se extiende lo que creen que es una vergüenza
que llega hasta la Patagonia que quieren salvarla de tal deshonra.
Somos misturas de muchos, 
pero para muchos, 
somos degradación. 
Si limpiamos su casa, 
ha sido la opción que les quedaba 
porque hubiesen preferido que vos, negro, 
con tu piel charolada, 
des lustre a sus muebles. 
Vos formas parte de su paisaje hogareño, 
sos parte de su decoración doméstica. 
Pero nosotros, 
solo ensuciamos. 
Nuestras manos barrosas enmugrecen.
Solo nos ven para decirnos “espaldas mojadas”
porque no nos divisan, 
enturbiamos su mirada,
con nuestra piel color de su defecación.  
Por nuestras venas no fluyen diferentes razas, 
fluye una sola: la humanidad.
Pero no les gusta, 
les desagrada. 
Tanto miedo le tienen a tiznarse con nuestra mixtura 
que nos desdeñan. 
Cuando nos ven, molestamos.
Si uno de nuestros hijos llega a tener un sello particular en su piel, 
afirman que es por la mezcla de razas
como si fuera una mancha maligna con peligro de extenderse. 
Somos los café con leche 
que nos amamos en la montaña, en la playa, en la mata, en la selva, 
en el desierto, en el monte, en la meseta y en las nieves altas. 
Somos los café con leche 
que hervimos al penetrarnos y
nos desbordamos de placer por todos lados. 
Somos la leche que no se corta por el café, sino toma su color.
Somos el café que se espesa en la leche.
Y somos muchos.
Somos muchos porque valoramos la vida, 
porque nuestra riqueza está en nuestros hijos.
Hay algunos con más café y menos leche, 
otros son mitad y mitad, café doble, 
o leche con apenas una gota de café. 
En general somos lampiños en honor a nuestras raíces indias 
y de piel curtida por los negros 
que desembarcaron obligados en nuestras costas.
Pero si nos mezclamos con árabes, 
la espuma de la leche se convierte en vello.
Y si nos mezclamos con gringos, 
bienvenida sea la nata.  
Somos mestizos con mucho orgullo 
pero sin soberbia para aplastar a otros. 
Somos la herencia de los que escaparon al genocidio indio. 
Somos envilecedores, degradantes y nocivos para su pureza.
Somos el miedo a contagiarse de nuestro sabor de café con leche,
pero comprendemos que es un miedo heredado al contagio de virus
que ha quedado en su memoria genética.
Comprendemos, pero no perdonamos
sus torturas y matanzas por la pureza.   
Somos mestizos, castizos, zambos, zambos prietos, mulatos, “moriscos”, “albinos”, saltapatrás, apiñonados, cholos o coyotes, “chinos”, harnizos, chamizos, cambujos, lobos, “gíbaros”, albarazados, cambujos, zambaigos, sambaigos, campamulatos, tente en el aire,
lo que no quieren otear, 
lo que ignoran.
Cuando nos ven, 
nos quieren blanquear por hacer un bien. 
Si nos avistan, 
somos lo ilegítimo.
Nuestros ancestros fueron tan invisibles 
que nuestra tierra era un desierto por conquistar. 
En España, tener sangre limpia 
significaba no tener mezcla
de sangre mora o judía,
en América equivalía
a no tener mezcla 
de sangre india o negra.
Tenerla era denigrante. 
Pero poblamos esta tierra y
su familia oliendo a café con leche. 
Asunción fue – para el escándalo devoto – 
el “paraíso de Mahoma”
donde había blancos, negros, mulatos, zambos, indios, trigueños, pardos, cholos, chinos, barnizos, puchuelos, tresalbos, torna atrás, tente en el aire, galfarros, saltapatrás, castizos, cuatrialbos, coyotes, coyotes mestizos, chamizos, zamabayos, lobos, cambujos, jarochos, gíbaros y barcinos.
En lo que llaman ciencia 
para dar un nombre legal a su discriminación, 
desde el río Bravo hacia el sur,  
nos contabilizan como 103 diferentes tipos humanos.
23 colores entre españoles e indios, 
21 entre españoles y negros, 
14 entre negros e indios, 
45 más entrecruzamientos sanguíneos 
cuando nos estudian para el exterminio.
Pero no se dan cuenta que no se puede contar, 
que los números no importan 
porque cada uno es único.
Una persona, una unicidad, 
y que el café con leche 
no puede volver a su estado original. 
Nuestra leche se sigue derramando y mezclando con café,  
Nuestra herencia india, europea y africana; 
se llena es especias árabes, sirias, libanesas, palestinas; 
con perseverancia judía; 
con tenacidad polaca, escandinava, ucraniana, armenia;
con emociones italianas, españolas, francesas; 
de trabajo alemán, galés y cultura griega.
Nuevas aromas, hindúes, japonesas, chinas y laosianas
ahora inundan nuestra cocina. 
Somos lo que no quieren contemplar 
que se mezcla y se vuelve a mezclar.
Somos la falla de los que 
se quieren blancos en cualquier lugar 
y a vos te quieren negro en tu lugar.
Somos los que para ellos 
no tienen lugar. 
No importa si ponen un muro 
en la geografía o en su retina.  
Somos morenos, mestizos, trigueños, 
Somos leche que hierve 
en todas direcciones, 
aroma de café que impregna el mundo. 
Somos lo invisible para ellos, 
los café con leche, 
parte de la humanidad.

Los café con leche, 
Deuteronomio de los Excluidos, 6: 17-34

Álvaro M. Pino Coviello
Migrante, Jornalista e Locutor Nacional, Master in Tecnologie per la Comunicazione dall’ Università degli Studi de Cagliari y la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), mestrando em Gestão da Informação pela UFPR, alumno del Doctorado en Humanidades en la UNT e membro do Diaspotics.